sábado, 26 de abril de 2008

Recetas de cocina de Leonardo da Vinci (I)



Sayonara, caballeros... ¿Cómo les va? ¿Vinieron a visitarme, a conocerme...? (sin flash, por favor, que me encandilan).
Buen día, señora... señor...
Hoy es mi día de recibo, así que tómense su tiempo y mírenme a los ojos.
Ahora desplácense un poquito hacia un lado y otro, pero sin dejar de mirarme a los ojos.
Buongiorno, compatriotas (no gesticulen tanto, por favor, que me marean).
¿Les asombra que los siga con la mirada?
Así soy... enigmática.
Bonjour, madame; bonjour monsieur...Sé que hay envidiosos que dicen que estoy pasada de moda, ¡pero qué va! Los clásicos siempre somos actuales.
Hi, milady. Hi, milord ... Bienvenidos. ¿Desean beber té? ¿Sí...? Pues vayan a la confitería porque yo no puedo atenderlos, los amigos franceses me cuidan tan bien que me tienen prisionera.
Buenos días a ustedes también, perdonen que no los salude en su lengua pero no soy una cotorra políglota como el papa Wojtila, al contrario, apenas si supe hablar la lengua del Dante y la i responsable me pone a decir pavadas en castellano, lengua que jamás conocí bien. Así que sepan disculpar...

Me fastidia que me tengan aquí encerrada. "Libertad, igualdad, fraternidad"... Eso era en otros tiempos; ya no los recuerdo. C'est joli la liberté, n'est-ce pas, monsieur? Yo solo puedo imaginarla... no me permiten ni mudarme a otro salón. Antes, por lo menos, era fumadora pasiva, pero ahora ni eso, lo único que puedo hacer es oír lo que dicen ustedes (a veces preferiría ser sorda).

Cierto que hace como cien años un alma bendita, uno de mis compatriotas, me llevó a dar una vueltita por Italia... Según él, había personas dispuestas a pagar fortunas por tenerme como invitada de honor. Yo estaba encantada, por supuesto, y el paseo fue muy emocionante, duró cerca de dos años; pero nadie comprendió a ese buen hombre y cuando me encontraron me encerraron de nuevo. En fin, eso me pasó por ser tan famosa.

Pero no voy a hablar de mi retrato, que no existiría si Leonardo hubiera inventado una cámara fotográfica. ¡Vaya disparate! El genio más creativo que existió jamás y me tuvo horas posando porque no se le antojó inventar la cámara obscura. Bueno claro él tenía otros intereses, otros gustos... digamos... raros –al menos para la época en que nos tocó vivir–.

Porque seguro que ustedes saben que él era pintor, escultor, inventor, y que era zurdo y que escribía al revés, como en espejo, de derecha a izquierda, y si no lo saben deberían saberlo, porque he oído comentar que en unas máquinas que llaman pecés había un ‘protector de pantalla’ (eso oí) por donde pasaban flotando los dibujitos de los inventos del maestro (ja ja, siempre pensaron que eran máquinas de guerra... ya les voy a contar), y además hace poco apareció un libro donde describen "La última cena", yo lo sé porque todo el mundo se la pasaba hablando de una mano supernumeraria que allí aparece según entendí; y ni hablar de mí, que me pusieron hasta en un dulce de batata... Pero lo que pocos saben es que Leonardo era un glotón, un goloso y que su verdadera pasión era la cocina, el arte culinaria.

¡Sí, sí! Le gustaba cocinar, al maestro, y también en eso era original y creativo. Sus platos eran lo que mis celadores llamaron la nouvelle cuisine, es decir, porciones diminutas de manjares exquisitos, que él presentaba sobre pedacitos de polenta tallados, en bandejas individuales primorosamente decoradas. Por supuesto, ese no era el tipo de comida a que estaba acostumbrada la gente de aquella época, y le trajo no pocos problemas.

Para que tengan una idea, la comida habitual en una taberna era polenta con huesos de vaca y trozos de carne, en gran cantidad pero servidos de cualquier manera, y eso a Leonardo le producía aversión. Él quería “civilizar” los gustos de esa gente, y puesto que durante sus primeros años de aprendizaje en el taller de Verrocchio –que supuestamente iba a enseñarle pintura, escultura y esas cosas– tenía que mantenerse por sus propios medios y trabajaba en la cocina de una taberna ­–que se llamaba Los Tres Caracoles–, fue allí donde comenzó a experimentar.

Ahora imagínense a los clientes de la taberna: gente refinada no era... ¿Y saben qué platos les ofrecía Leonardo?... Las primeras recetas eran así:
Unas hojas de albahaca, todas de igual tamaño, pegadas con saliva de ternera sobre rodajas de pan negro.

Claro, los comensales se quejaban; eran trabajadores, hombres fornidos, y eso no les alcanzaba ni para engañar a una muela. Entonces el maestro les agregaba
unas rodajas finitas de salchicha de Bolonia...
Y de nuevo los muy brutos quejándose de que eso no era una comida decente; así que el pobre no tenía más remedio que agregarles más rodajas de salchicha, adornadas con albahaca, sobre más trozos de pan.
Pero no había forma de convertir a esa turbamulta en personas elegantes.
Al fin los parroquianos se le metieron en la cocina y fue tal el alboroto que armaron que Leonardo tuvo que huir a refugiarse en el taller de Verrocchio: ¡lo querían linchar!

Anécdotas disparatadas como esta tuvo montones, pero no quiero ser latosa. Otro día les contaré más. Además, veo que está llegando otra visita guiada y debo a atender a los curiosos digo turistas.

Sayonara, caballeros... ¿Cómo les va? :)

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