sábado, 23 de febrero de 2008

LA PRINCESA DE ÉBOLI

Juicios adversos de algunos lectores –se reproducen en la nota DUELO EN EL HIPÓDROMO NACIONAL– hacen que esta editora reivindique el derecho de las bestias de batirse a duelo; y como ha sido tratada de pesada, comprendiendo que los datos precisos son de poco interés en esta época en que la cultura debe ser predigerida y facilonga, es decir, acorde con las necesidades de los consumidores, que están pendientes de cosas más importantes –como por ejemplo saber cuál es el último modelo de teléfono celular–, y que viven muy apurados –tal vez para llegar antes al cementerio–, ha decidido contar una pintoresca historia pero de manera superficial, es decir “light”.


LA PRINCESA DE ÉBOLI


– ¿una dama de armas tomar? –




La bella del retrato, Ana de Mendoza y de la Cerda (1540-1592), fue hija única de una importante familia aristocrática española, y a los trece años se casó con Ruy Gómez de Silva, secretario del rey de España más admirado por la editora i responsable, que es Felipe II.
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Por su marido recibió el título de Princesa de Éboli, con el que se la conoce. Tuvo diez hijos, uno de los cuales se dice que era bastardo del Rey (un pobre I.T.S. que solo servía para engendrar – la i responsable conoce sabrosos datos, pero teme aburrir).
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La cuestión es que, a pesar de su ojo emparchado, la Princesa, a quien llamaban “la Tuerta”, era considerada una de las mujeres más bellas de su época.
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Hay opiniones encontradas con respecto a su ojo sin luz, pero algunos dicen que a los catorce años lo perdió en un duelo, cosa que la editora estima probable, ya que por otros hechos de su vida se sabe que era una dama bastante difícil.


Un poeta español escribió de ella:

Un párpado levantado
muestra la negra pupila,
que con su fuego aniquila
cuanto una vez ha mirado.
Y el otro cubre caído,
como venda bienhechora,
la pupila matadora,
que, cerrada, se ha dormido.


Ambiciosa y muy difícil de arrear, fue protagonista de numerosas intrigas cortesanas, y finalmente cayó en desgracia con el Rey, que ordenó su confinamiento de por vida.
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Comentarios de los lectores:


Dice la Niña Camila:
Por mi ínfima parte, solo tres cosas:
1: falta una s en la palabra "año", que deduzco quiso escribir su plural.
2: ¡Quiero los datos sabrosos!, ¡por favor!
3: Me interesa saber cómo se estimaba la belleza en esa época. Parece ser que, o no había minas comolagente, o los parches estaban a la última moda... vaya una a saber.
Arrivederci principesca, i, e tante grazie per l´ìnformazione ùtili.
Ciao

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Vamos por partes, como diría Jack.


Punto 1. La Niña Camila tiene razón: faltaba una "s" (el texto ya fue corregido). La editora le agradece la observación.

Punto 2. La i responsable recuerda que Felipe II (que era un católico fanático y, como tal, intolerante, además de un completo inútil, excepto para ciertos menesteres), se casó -una de las tantas veces que lo hizo-, con una tía segunda suya, María Tudor.

María Tudor, por Antonio Moro (El Prado)

La pobre era tan católica e intolerante como él, y el pueblo, que era protestante, no la quería.

Además, era feísima (mirá la foto) y muy mala, tanto, que la llamaban "Bloody Mary", es decir "María la sanguinaria", lo que no debería resultar extraño si se tiene en cuenta que era hija de Enrique VIII, un rey al que le fascinaba decapitar a sus esposas.

Esta bruja había nacido en 1516, y en 1554, es decir, cuando tenía 38 años y ya era evidente que estaba para vestir santos, se casó con Felipe, que era nueve años menor que ella y todavía no era rey de España.

Como podrás suponer, Felipe se casó por interés, ya que aspiraba a heredar la Corona de ella, que era Reina de Inglaterra. Pero la condición era que debían tener un hijo.

Así que Felipe, a quien la madre natura no había adornado precisamente con la valentía, hizo de tripas, corazón y se cruzó el canal de la Mancha para consumar el matrimonio.

Y parece que la cuestión funcionó de maravillas, al menos para ella, porque según datos de la época no solo le cambió la cara (cosa difícil de imaginar) sino también el carácter.

Pero Felipe rápidamente puso distancia con su esposa, y la pobre, que no sabía qué hacer para que se quedara a oficiarle de marido, con la esperanza de retenerlo, llegó a extremos tales como inventar -o suponer- que estaba embarazada; sin embargo, el suspicaz reinaldo olió algo raro, y cuando finalmente Bloody Mary cesó con la farsa de su embarazo, él se tomó el buque de regreso al continente, para encontrarse en Bruselas con su papá, que quería transferirle el poder.

María murió sin descendencia en 1558, y el inservible Felipe de España se quedó sin la corona de Inglaterra, dato que alegra a esta editora i responsable, no porque los ingleses le resulten más o menos simpáticos que otros, sino porque detesta a los inútiles con poder.


Punto 3. En cuanto a la estimación de la belleza, la i responsable confiesa que no sabía explicarlo, excepto, tal vez, acudiendo al trillado recurso de que los valores cambian con los tiempos. Así que se asesoró con el Alacrán, un octópodo-tordo muy culto que la socorre cuando cae en un bache, y este le dijo textualmente:

"El ideal de belleza, tanto en esa época como ahora, está en relación directamente proporcional con lo abultado de la cuenta bancaria (es decir, billetera mata galán)."

Esto puede parecer un tanto chocante (la editora es consciente de ello), pero si consideramos que a) doña Ana pertenecía a una de las familias más ricas y poderosas de la época, los Mendoza, y era hija única –y por tanto, única heredera–; b) que el futuro Felipe II la casó con su amigo y secretario de máxima confianza, Ruy Gómez de Silva, c) que desde la boda, el padre de Ana les cedió el título Condes de Mélito; d) que Felipe le concedió a Ruy Gómez el título de Príncipe de Éboli; e) que luego Felipe II lo nombró Duque de Pastrana y Grande de España (de manera que Ana de Mendoza fue la primera Princesa de Éboli y la primera Duquesa de Pastrana), no debería resultar extraño que cuando quedó viuda, siendo aún joven, nadie hiciera hincapié en un parchecito, por más inconveniente que ahora pueda parecernos. (N. de la E. i R.).

Sin perjuicio de todo lo cual, el Alacrán, a quien seguro no lo motiva la "cuenta bancaria" de doña Ana, ha comentado:

"Le queda bien el parche negro a la Principessa de Éboli (ricordo el filme de Francesco Rossi Cristo se detuvo en Éboli) aunque pensándolo bien creo que lo luciría mejor en otro lugar del cuerpo..."

Y esto confirma el dicho: sobre gustos no hay nada escrito.

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