jueves, 8 de mayo de 2008

Recetas de cocina de Leonardo da Vinci (III)

MÁS IDEAS DISPARATADAS DE LEONARDO

Bonjour, monsieur, lo saludo porque noblesse oblige, ya que admito que usted no tiene la culpa de la irreverencia de su compatriota, y porque no sé si está enterado de que el gracioso que en 1919 "intervino" mi retrato y le pintó bigotes y barbita fue Duchamp, y que después anduvo jactándose de que así me convierto en un hombre. No en una mujer disfrazada de hombre, sino en un hombre auténtico, según él... (todo un entendido, el muchacho...).

Y además esas letras que me escribió, L.H.O.O.Q. Podría pensarse que dicen look. ¡Miren!
Pero no, el "artista" se ensañó conmigo. Pruebe a pronunciarlas rapidito, monsieur, s’il vous plait. ¿No le suena a "elle a chaud au cul"? ¡Grosero!
No lo traduzco porque hay damas.

Pero ¿qué se podía esperar de un artista capaz de presentar como obra de arte un orinal? ¡Y de travestirse!... porque yo sé que su alter ego era una mujer, y que se hacía fotografiar con ropas femeniles (una aquí se entera de todo).

Sin embargo, aunque él haya hecho alusión a mi vida privada, yo no voy a revelar detalles de la suya.
Antes bien, voy a contarles una increíble anécdota de Leonardo.

Ya les comenté que Ludovico lo había nombrado maestro de festejos y banquetes de la corte de los Sforza, ¿no?
¿Y que Leonardo se la pasaba haciendo desastres?... ¿No?...

Pues él tuvo una idea absolutamente extraordinaria –con la cual seguramente esperaba resarcir a Ludovico por los muchos inconvenientes que había estado causándole– que intentó poner en práctica con motivo de la boda de su señor con Beatrice d’Este: se le ocurrió al Maestro que la fiesta de bodas debía celebrarse en el interior de una réplica del Castello Sforza, que él mandó construir en el patio del palacio.

¿Pero por qué en una réplica y no dentro del palacio?
Porque Leonardo quería que la fiesta se celebrara en el interior de un gran pastel.

La réplica tenía unos 60-70 metros de largo y fue construida con masa para pasteles moldeada, esto es, con bloques de polenta reforzados con nueces y pasas de uva, decorados con mazapán de colores.

Los invitados deberían ingresar al palacio de pastel, sentarse en bancos de pastel frente a mesas de pastel, y comer un menú pensado para la ocasión.
Seguro que ya lo adivinaron (son tan perspicaces los turistas).
¡Sí, adivinaron!: el menú también era pastel.

Y lo bueno era que Ludovico lo dejaba hacer. Pero a Leonardo se le escapó una tort... perdón, un detalle: ¡las ratas!
Digo, él no se imaginó que durante la noche anterior al banquete todas las ratas de Milán se iban a dar cita en el patio del palacio antes que los invitados de Ludovico...

En fin, tuvieron que intervenir los sirvientes, quienes en su intento de eliminar a esas pobres criaturitas famélicas dejaron el estrambótico pastel convertido en una montaña de masa destrozada y ratas muertas.

De más está que les cuente que la fiesta tuvo que hacerse en otro lugar del palacio. El Maestro se salvó por un pelito de que Ludovico le propinara un puntapié en el occipucio, que es la parte por donde la cabeza se une con el cuello, es decir, la nuca, probablemente por los buenos oficios de la buena de Beatrice, a quien Leonardo le caía muy bien; y al fin no pasó nada.

Ludovico, como en oportunidades anteriores, invitó al Maestro a que se tomara un descanso en algún lugar donde su enorme creatividad fuera bien apreciada, y le sugirió que visitara al prior de Santa Maria delle Grazie, que andaba buscando un artista para que le decorara una pared.

Y Leonardo partió hacia allí, donde, medio a desgana y luego de tres años, terminó pintando la Última Cena. Pero esa es otra historia, que tal vez algún día les contaré.

No hay comentarios: