miércoles, 28 de enero de 2009

El Coloso, de Goya (I)

...parece que no es de Goya,
y está en el Museo del Prado, ¡pss...!

¡Gran alboroto gran!
La noticia salió en todos los medios, así que ya no es noticia.

Sabiondos habrá que estarán cortándose las venas por lo que han dicho y redicho, porque ahora los expertos afirman que «Con los conocimientos actuales, “El Coloso” solo puede identificarse como pintado por un seguidor de Goya. Por las iniciales A. J. puede ser del valenciano Asensio Juliá», que era uno de sus discípulos.

Está claro, por supuesto, que el valor comercial de una obra de arte varía según quién sea su autor; que no cuesta lo mismo una horrible cerámica taurina de Picasso que una bella porcelana de diseñador anónimo (la porcelana puede estar mucho mejor realizada, pero Anónimo tiene las acciones en baja). Sin embargo, eso sólo debería importarles a los compradores-vendedores de arte.

No obstante, entiendo que los expertos se esmeren en esclarecer quién es el autor, pero a los fines del espectador ignaro –que somos la mayoría– y del que, sin serlo del todo, va a los museos a ejercitar el arte de disfrutar el arte, poco importa si “El Coloso” es de Goya o no.

Si durante casi 80 años se lo tuvo por tal, algún valor verdadero debe de tener, y no va a perderlo porque lo haya pintado A.J.

Es más, yo solucionaría fácilmente el problema de la autoría. Cambiaría el cartelito por otro que dijera: “El Coloso (h. 1808-12) – atribuido a Goya”.

Me parece que lo mejor es mirarlo y disfrutarlo (o no), porque...
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...los especialistas y los críticos (y los entendidos en general) dicen muchas estupideces.

A mí me gustaría saber, por ejemplo, qué estarán diciendo ahora los encargados de las visitas guiadas, esos insufribles puropico que repiten como loros un libreto ideado para espectadores incapaces de distinguir un óleo de una acuarela, o de un tapiz, o de una escultura... ¡ooohhhh!, porque en realidad fueron allí para no desaprovechar la entrada –gratis– que estaba incluida en el tour.

¡Y esos mismos espectadores, que ayer querían ver “El Coloso” porque era de Goya y hoy quieren verlo porque no es de Goya!

E imagino también a los entendidos, otros insoportables que nunca faltan en los museos, siempre acompañados de un paciente adlátere al que le “explican” –para que todos los visitantes adviertan cuán entendidos son– qué rasgos característicos de un artista resaltan en la obra que están mirando.

(No sé por qué, pero esto suele suceder cuando se trata de una pintura; entendidos en esculturas, momias, coprolitos y esas cosas, hay pocos).

Así que me pregunto también qué estarán diciendo ahora estos otros puropico, y hago mi apuesta: “se notaba: la perspectiva no está bien lograda”, “la paleta es muy oscura, siempre te lo dije”, “la supuesta alegoría que pretendió hacer este pobre imitador pierde por completo su fuerza por la presencia de este asno que está aquí, inmóvil, ¿ves?...”, y otras entendideces por el estilo.

Por eso me atrevo a hacerle una sugerencia: mire y no escuche.

Si a usted le impacta lo que ve, si lo emociona, la obra (o el artista) ha cumplido su misión.

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Ah! por cierto, a mí me gusta el otro Coloso, el de la estampa... véalo.

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