domingo, 31 de agosto de 2008

LA ESTUPIDEZ - Episodio 8

LA ESTUPIDEZ INFINITA

He leído por ahí que Einstein habría dicho algo así:SOLO HAY DOS COSAS INFINITAS: EL UNIVERSO Y LA ESTUPIDEZ.Y NO ESTOY TAN SEGURO DE LA PRIMERA.

Mi poca cultura me impide pronunciarme sobre la justedad de la presunta cita y de su autor. Pero de algo estoy segura: se non è vero, è ben trovato.

Estábamos por llegar a Punta Tombo y la mal agraciada Graciela iba recitando sus instrucciones. Algunas fueron estas:

"No se acerquen a menos de un metro de los animales."
"No los toquen, porque los pingüinos no siempre están de buen humor y tienen un pico filoso."
"Si un pingüino se les cruza en el camino no traten de detenerlo, déjenlo seguir su rumbo porque si no puede desorientarse (!) y si eso sucede puede abandonar el nido."

(Ya dije que tengo muy buena oreja y como además soy bastante histriónica supongo que habré hecho una mueca de incredulidad, porque a continuación oí la perlita).

"Sí, sí, se sabe de pingüinos que han abandonado el nido porque se desorientaron."

No me gustan las falacias "ad hóminem", pero me encantaría saber cómo llegó ella, o quien se lo haya dicho a ella, a estar en condiciones de afirmar que "se sabe de pingüinos que han abandonado el nido porque se desorientaron".

¿Cómo lo saben? ¿Les preguntaron? "Dígame, señor pingüino, ¿por qué ha abandonado su nido?"

No me imagino a un pingüino dándole explicaciones a un biólogo ni a nadie. Pero soy tan bien nacida y estoy tan bien predispuesta a encontrarle una respuesta a este intríngulis que voy a decir cómo imagino que podría haber sido la estrategia, para sacar de apuro a quien sea que haya lanzado ese aserto (con "s").

Vamos a suponer que la afirmación la soltó una Gracielita cualquiera, de esas que abundan.

Puedo imaginarla tratando de comunicarse con el pingüino y estableciendo un código "ad hoc" para obtener una respuesta.

–Sr. Pingüino –sería capaz de decirle-, ¿usted abandonó su nido porque está desorientado? (Mutis del pingüino). Sr. Pingüino: le recuerdo que el que calla, otorga. Si no me contesta consideraré que su respuesta es afirmativa. (Mutis del pingüino).

Estupideces de este tenor digo yo en forma diaria; pero eso sí, como chanzas. Escucharlas en serio me pone de un humor bilioso.

Porque no sé si usted sabe que los pingüinos de Magallanes viajan todos los años hasta Brasil (llegan a veces hasta la altura de Río de Janeiro) y vuelven a Punta Tombo; allí buscan el mismo nido que utilizaron el año anterior, se reencuentran con su pareja y comienza la etapa de reproducción y crianza de los pichones.

Es decir, viajan por el mar cerca de 5.000 km y encuentran el nido del año anterior. Pero... si alguien se interpone en su camino se desorientan y pueden abandonar el nido.

Estoy de acuerdo con cederles el paso para no incomodarlos, pero que nadie me venga con un argumento tan estúpido.

Estaba en problemas, lo sabía, pero todavía quería ver a los pingüinos, meta principal de mi viaje, así que me armé de paciencia para soportar lo que no soporto: la estupidez.

Llegamos a la pingüinera y allí también surgió la consabida estupidez: prohibido fumar. Pero la Gracielita le puso un condimento.

Antes de entrar a la zona protegida, es decir, antes de pasar cierta valla, se puede fumar, pero la guía añadió que "no se pueden tirar las colillas encendidas, ¡NI APAGADAS!"

Confieso que en este punto el diablito travieso que todos tenemos dentro dio por tierra con mi gusto por las cuestiones de urbanidad, y estuve en un tris de preguntarle qué podíamos hacer con ellas...
Pero no lo hice.

Y mientras fumaba tranquilamente un cigarrillo descubrí por allí a un animalito amoroso, que me puso de buen humor.

Nos runruneamos un rato y luego lo puse sobre la valla antes aludida. Es el de la foto.
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Espero que el señor que al igual que yo quiso llevarse el recuerdo del gatito, para mí un desconocido, no se moleste si se ve aquí. Nos gustó "la foto dentro de la foto".

Luego ingresamos al área de la pingüinera propiamente dicha.

Tan estúpido es todo cuanto sigue, que me cuesta ordenar el relato.

Allí se puede andar únicamente por un camino, artificial, hecho de ripio y limitado por ambos costados con alambrados –no les tomé fotos porque ya estaba muy asqueada–.

Ese camino, que conduce a la gente hacia el mar (por supuesto, los animales van por donde quieren ellos, y eso está muy bien –digo yo, que ya no entiendo nada–) atraviesa la zona de nidos. Así como lo lee:

Nadie puede acercarse a menos de un metro de un pingüino, pero el camino atraviesa la zona de nidos, y hay nidos que están pegados al camino, e incluso algunos están prácticamente debajo del alambrado.

Pero eso sí: ¡pobre del turista levantisco que, para sacar una foto por ejemplo, pase un pie por debajo del alambrado o incline el torso sobre él.

Si tal sacrilegio sucede (y sucede) aparece de inmediato un devoto guardafauna, que a pesar de haber nacido con un sinnúmero de virtudes carece por completo de sentido común, y lo amonesta severamente.

¡No se debe molestar a los animales, qué embromar!

La pingüinera es un área gigantesca. Los nidos están en tierra firme, y están por todas partes. Para donde uno mire, hay nidos y los pingüinos son deliciosos de ver. Aquí van algunas fotos.
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Como puede apreciarse en esta, una vez más violé las reglas. Aquí me acerqué a menos de un metro. Cualquiera puede ver y criticar mi cara de mal llevada y sospechar mis malas intenciones.
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Esta toma es a continuación de la anterior. Aquí puede apreciarse que el animal ha agachado la cabeza. Esto, seguramente, es el comienzo de un trauma existencial por acercamiento de turista.

A este otro lo estuve observando un ratito y quedó así...

Ya casi estábamos al final del recorrido y yo hubiera apostado fuerte a que allí sí podía tomarse contacto directo con los animales, en la playa.

Porque por más imbécil que sea la persona que establece las instrucciones, por más que sea, por ejemplo, otra Gracielita, tiene que darse cuenta de que si se puede caminar por la zona de nidos -que es donde los animales están más indefensos- sin provocar la muerte de pichones ni de adultos, se puede, con muchísima mayor razón, caminar por la playa junto a los pingüinos, pues cualquiera de ellos podría ponerse a salvo de un humano mediante el sencillo expediente de meterse en el mar.

Pero la estupidez es infinita.

El camino con alambrada termina en un mirador de altura, de mucha altura, y los pingüinos pueden verse así:

¿Ud. no los ve? Son las manchitas oscuras que están en la playa y en el mar.

Llegados a este punto mi decepción fue completa.

Así es como los vio el zoom de la cámara.
En fin, yo no había viajado hasta allí para ver a los pingüinos desde semejante distancia, y eso cavilaba cuando apareció la Gracielita y pretendió decir alguna cosa graciosa, que, como era de esperar, le salió sin gracia.

Pero comoquiera que se había acercado a hablarnos, le expresé mi disgusto diciéndole que me sentía estafada por tener que ver a los animales desde una distancia tal que me impedía ver nada, y que antes que así, prefería verlos en un zoológico.
¡Aaah!... Para qué se lo habré dicho.

Cualquiera sabe que en los regímenes totalitarios, pensar es considerado un delito, y alguien debe de haber aprovechado para meter esa idea en la oquedad craneana de esa pobre mujer, porque reaccionó de manera inadecuada y desmesurada.

En resumen:

La Gracielita montó en cólera y pretendió explicarme, de muy mala manera, que los pingüinos estaban allí cumpliendo una "muy importante función". Me lo dijo como si yo hubiera sido idiota y no lo supiera, y sin darme lugar a réplica pegó media vuelta y se fue.

Esto es: la señora Graciela es una perfecta mal educada y, por añadidura, bruta.

Podía haberme dicho lo mismo en otro tono y tal vez yo me hubiera callado, pero así, por su prepotencia, le grité -para que me oyera, porque se estaba alejando- que no estaba de acuerdo, que su argumento no resultaba convincente.

Entonces se volvió y nos dijo que siguiendo otra senda que hay por allí, se llegaba a otro mirador que estaba al nivel del mar. Allí fuimos, y vimos esto:

También aquí está el alambrado, aunque no lo enfoqué. Pero quiero señalar que las manchitas oscuras desparramadas sobre la zona clara y pedregosa ¡son pingüinos!

¿Ud. no los ve? - "La imaginación al poder", pregonaban los muchachos del mayo francés...

Ahora bien, en cuanto comenzamos a dirigirnos hacia la playita de la foto, esta mujer se nos pegó a los talones y estuvo permanentemente vigilándonos.

Motivos no le faltaban. En algún momento del recorrido seguramente me habrá oído decir que los pingüinos son deliciosos, que dan ganas de comérselos, y habrá pensado que quería matar a alguno para hacer un escabeche de pingüino de Magallanes auténtico. Qué sé yo.

Pero lo cierto es que mi compañero y yo, sin haberlo acordado, decidimos jugar un poco con la devoción protectora de la Gracielita y estuvimos largo rato dando vueltas por distintos recovecos, pero separados el uno del otro, para que la pobre no supiera a quién seguir.

Durante esos recorridos, saqué estas dos fotos:

¿Bonitos, verdad?

Sin embargo, el placer nunca dura demasiado, y los momentos de felicidad duran menos aún.

Nosotros nos dimos el gusto de enloquecer a la Gracielita, pero ella tenía aliados y los usó.

Sus aliados eran los guardafauna, así que pronto tuvimos encima de los talones no solo a la guía mal educada sino también a uno de los mentados cuidadores.

Dos a dos –estábamos empatando–. Pero nosotros ya nos habíamos hartado de la situación y comenzamos a volver mansamente, charlando, hacia el sitio donde estaba la camioneta que nos había llevado al lugar.

Entonces se produjo la situación más hermosa y también la más desagradable.

Continúa en el episodio 9.

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