lunes, 8 de septiembre de 2008

Santa Teresa, en olor de santidad

Hace muchos años, cuando no tenía idea de nada (quiero decir, menos idea de la que tengo ahora) y cuando ignoraba inclusive que los calendarios no eran personas de fiar, leí en algún lugar que Teresa de Ahumada, o Teresa de Ávila, o Teresa de Jesús, o Santa Teresa de Jesús, o, simplemente, Santa Teresa, murió el 4 de octubre de 1582 y la enterraron el 15...

Ya dije que no tenía idea de nada, pero al menos sabía que los cadáveres se pudren. Así que no me entraba en el magín que hubieran podido velar a alguien durante once días, de gusto no más, por sentirle el mal olor; pero parece que no hubo tal cosa.

Por entonces, yo tenía la suerte de ir a un colegio de monjas (es de notar que suerte no es sinónimo de bueno/a; la suerte, al igual que la fortuna, el destino, y otros batracios, puede ser buena o mala); en fin, por lo que fuera, solía encontrarme entre esas simil pingüinos (con perdón de los auténticos), así que le pregunté a una monja, estúpida, cómo era el asunto del entierro de Santa Teresa.

Notará el lector, si lee bien, que el adjetivo estúpida puede estar referido a la monja o a mí misma. Y hace bien en dudar, pues es un tanto ambiguo (o anfibológico, si lo prefiere). En fin, está referido a las dos: a mí por pretender averiguar algo preguntándole a cualquier estúpida, y a ella porque lo era (además de burra, también con perdón de la animalia). Sin embargo, creo que puede perdonársele a una criatura que confíe en quien no debe; pero esto es una digresión.

La estúpida monja, digo ahora para que no queden dudas, en lugar de admitir su ignorancia trató de resolver el problema con una respuesta tan estúpida como ella:

-Santa Teresa murió en olor de santidad -me dijo-.

Seguramente, ella debía de creerlo, pero a mí me dejó más confundida de lo que ya estaba, pues tampoco entendía eso del olor de santidad (sospecho que iba a un colegio equivocado).

Nada. Preferí olvidarme del asunto pues era demasiado extraño para mi gusto juvenil.

Sin embargo, más adelante supe que en la época en que murió Teresa de Ávila era habitual que en las iglesias acopiaran reliquias, es decir, restos de santos, o de cosas que han estado en contacto con ellos; y también leí que la pobre Juana (la loca, que según mi criterio actual no lo era) anduvo por media España arrastrando un ataúd con los restos de su marido, Dn. Felipe el hermoso, a quien amaba. Así que bien podía ser que hubieran velado a Teresa (que todavía no era santa pero ya perfilaba) durante once días. ¡Manga de morbosos!

Pero no. La cuestión fue más simple:

La futura Santa Teresa de Jesús murió el 4 de octubre de 1582 y la enterraron al día siguiente, 15 de octubre.

Los días intermedios (es decir, del 5 al 14) no existieron jamás. (Dicho sea de paso, ese año tampoco hubo un 12 de octubre, futuro Día de la Raza).

Ello se debió a la reforma del calendario ordenada por el papa Gregorio XIII, pero como el asunto está explicado en una entrada anterior no voy a repetirlo aquí (si desea saberlo, puede ver la nota "Cervantes y Shakespeare...", otras dos víctimas de las veleidades gregorianas, donde queda dicho).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La estupidez no se agota. Debe de alimentarse con pilas Duracell.

El fundador del Opus Dei, José María Escrivá, también murió en olor de santidad. Así lo asegura un miembro supernumerario de esa organización, profesor a su vez en uno de sus colegios. Un niño le preguntó a qué olía la santidad. No pestañeó al responder que "huele a rosas". Y lo confirmaba el hecho de que en la habitación donde yacía muerto monseñor, se había producido repentinamente un fuerte olor a rosas.

Como lo cuento.
Me encanta este sitio.

Viviana F. dijo...

Gracias por contar esa anécdota, amigo. No la conocía.
Saludos cordiales,
V.