viernes, 10 de octubre de 2008

(ARG) Merlo – Naturaleza pura

La Villa de Merlo está en el extremo noreste de la provincia de San Luis, en la falda de las Sierras de los Comechingones, a unos 900/1200 m de altura, y se caracteriza por su excelente microclima.

Es un lugar muy bonito y tranquilo para los amantes de la naturaleza, con mucha vegetación, pequeñas cascadas, y aves de distintas especies.
Estuve fotografiando algunas cositas y le cuento.

Cerca de la Villa hay un sitio, conocido como “Algarrobo Abuelo” o “Algarrobo de los Agüero” –pues el lugar donde está perteneció a una tradicional familia de ese apellido– donde, como no puede ser de otra manera, hay un gran algarrobo, que los lugareños dicen que tiene 800 años. A mí me parece un poquito mucho… pero el árbol está y es muy digno, como todos los árboles. Véalo:
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A metros de este gigante corre un arroyito y viven allí unos patos semidomésticos. Me gustan mucho los animales, así que estuve jugando con ellos, pero ellos esperaban algún piscolabis.

En el lugar también hay un kiosco, que vende algunas artesanías y maíz para los patos…
Allí fui a proveerme de maíz y fue muy simpática la reacción de los bichitos: me siguieron, y mientras compraba el alimento, uno de ellos me tenía “agarrada” del pantalón y tironeaba, como diciéndome “vamos, apurate”, con los otros haciéndole de comparsa.
Unos verdaderos maestros esos patos.
Aquí, mientras les pagaba por su brillante actuación:
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Hay muchísimos pájaros en la Villa de Merlo, seguramente por el clima benigno y porque nadie los molesta –no olvidemos que son parte del atractivo del lugar–.

Pero, de todas las aves que vi, lo que más me gustó fueron unos tordos, que se reúnen en la plaza principal de la Villa.

Era el atardecer cuando llegamos al lugar y estuvimos buscando un lugar para estacionar el auto; no había sitio en ninguna parte, excepto en uno de los laterales de la plaza. ¡Qué bueno! pensamos. Mejor ubicados no podíamos estar, y allí lo dejamos.
Todavía no habíamos visto a los torditos, que andarían finalizando su paseo vespertino.

Nos fuimos a caminar, a conocer un poquito el pueblo, tomar café y esas cosas que hacemos los turistas.
Cuando volvimos estaban llegando los tordos, y se iban reuniendo en los árboles, para dormir. El árbol donde se concentra la mayor cantidad es el de la foto:
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Cada manchita negra es un tordo… y entre ellos parloteaban y hacían un menudo alboroto.
Impresionante ¿no? Nunca había visto semejante cantidad junta.

Me encantó el espectáculo y aunque no me gusta interpretar las conductas de los animales comparándolas con las de los humanos, creo que ellos también se sintieron complacidos con nuestra visita, pues nos obsequiaron con gran generosidad, considerando sus posibilidades; pero de eso no nos enteramos sino hasta el momento en que fuimos a retirar el auto.

¡Estaba justo debajo de ese árbol-dormitorio!

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