martes, 21 de octubre de 2008

El Codex Romanoff (I)

Se denomina Codex Romanoff a un conjunto recetas de cocina y notas referidas al comportamiento a seguir durante los banquetes –una especie de código de urbanidad– atribuidas a Leonardo da Vinci.

Se comenzó a hablar de ellas en el último cuarto del siglo XX y existen numerosas ediciones. Tengo a la vista un libro del Grupo Editorial Planeta/Temas de hoy, impreso en Buenos Aires, donde se aclara que el ‘copyright’ es de 1987 y pertenece a Shelagh y Jonathan Routh, que originariamente fue publicado por Williams Collins & Sons Co. Ltd., y que el título original es Leonardo’s kitchen note books.

Y basta de aburridas precisiones, pues con ellas o sin ellas no adelantamos nada en este caso, ya que no se sabe adónde están –si es que están– los cuadernos de Leonardo que contendrían las notas que aparecen en el libro, es decir, el Codex Romanoff, que parece haber surgido de la nada.

Hasta ahora nadie puede dar noticia cierta de su existencia: nadie puede darla porque nadie lo vio y, por supuesto, nadie lo leyó, no obstante lo cual está editado, con ilustrativos dibujos de Leonardo, y circula por ahí tan pimpante (y a juzgar por la cantidad de ediciones, reediciones, ediciones piratas, etc., debe de ser un buen negocio).

Todo lo dicho vale tanto como afirmar que aceptarlo es casi una cuestión de fe.
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Lo anterior lo ha escrito "mi otro-yo" –que ya he explicado que es "más sensato"–. Yo pienso otra cosa, y aquí va:

Es sabido que Leonardo apuntaba sus ideas e inventos en pequeños cuadernos y parece que era bastante desordenado –en cualquier espacio libre incorporaba comentarios acerca de lo que fuera de su interés–; y se sabe también que era un amante de la comida, un glotón, y que durante muchos años fue protegido de Ludovico el Moro (en las notas aparece como “mi señor”) quien lo nombró maestro de festejos y banquetes de la corte de los Sforza.

Es verosímil, entonces, que haya escrito algo acerca del comportamiento en la mesa.

No obstante, tal vez tiene razón mi otro yo y el codex no existe, pero bien podría ser que quienes tienen el copyright hayan investigado las costumbres de la época y lo hayan armado con observaciones sueltas hechas por Leonardo –o por cualquier otro–, en cuyo caso sí existe y solo sería cuestionable la autoría del genio.

Pero en cualquier caso, comparando algunos de sus preceptos con los que aparecen en el Manual de urbanidad y buenas maneras de Dn. Manuel Antonio Carreño, a mediados del siglo XIX, resulta que el supuesto codex se non è vero, è ben trovato; y por eso transcribo aquí unas cuantas reglas:
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Ningún invitado ha de sentarse sobre la mesa, ni de espaldas a la mesa, ni sobre el regazo de cualquier otro invitado.
No ha de poner la pierna sobre la mesa.
No ha de sentarse bajo la mesa en ningún momento.
No debe poner la cabeza sobre el plato para comer.
No ha de tomar comida del plato de su vecino de mesa a menos que antes haya pedido su consentimiento.
No ha de poner trozos de su propia comida de aspecto desagradable o a medio masticar sobre el plato de sus vecinos sin su consentimiento.
No ha de enjugar su cuchillo en las vestiduras de su vecino de mesa.
Ni utilizar su cuchillo para hacer dibujos sobre la mesa.
No ha de limpiar su armadura en la mesa.
No ha de tomar la comida de la mesa y ponerla en su bolso o faltriquera para comerla más tarde.
No ha de morder la fruta de la fuente de frutas y después retornar la fruta mordida a esa misma fuente.
No ha de escupir frente a él.
Ni tampoco de lado.
No ha de pellizcar ni golpear a su vecino de mesa.
No ha de hacer ruidos de bufidos ni se permitirá dar codazos.
No ha de poner los ojos en blanco ni poner caras horribles.
No se ha de poner el dedo en la nariz o en la oreja mientras está conversando.
No ha de hacer figuras modeladas, ni prender fuegos, ni adiestrarse en hacer nudos en la mesa (a menos que mi señor así se lo pida).
No ha de dejar sueltas sus aves en la mesa.
Ni tampoco serpientes ni escarabajos.
No ha de tocar el laúd o cualquier otro instrumento que pueda ir en perjuicio de su vecino de mesa (a menos que mi señor así se lo requiera).
No ha de cantar, ni hacer discursos, ni vociferar improperios ni tampoco proponer acertijos obscenos si está sentado junto a una dama.
No ha de conspirar en la mesa (a menos que lo haga con mi señor).
No ha de hacer insinuaciones impúdicas a los pajes de mi señor ni juguetear con sus cuerpos.
Tampoco ha de prender fuego a su compañero mientras permanezca en la mesa.
No ha de golpear a los sirvientes (a menos que sea en defensa propia).
Y si ha de vomitar, entonces debe abandonar la mesa.

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Espero que le hayan gustado, o, por lo menos, divertido.
En notas posteriores, me propongo comparar algunas de estas reglas de urbanidad para el Renacimiento, con las de Carreño para la sociedad americana del siglo XIX, a fin de ilustrar por qué me resultan verosímiles estas notas atribuidas a Leonardo...

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