El libro es para darse una panzada de civilidad y buenas maneras.
(Perdón: “panzada” téngase por no escrita, acabo de darme cuenta de que es una palabra indelicada).
En esta lección aprendemos por qué no está permitido regatear.
Capítulo VI. Diferentes aplicaciones de la urbanidad.
Artículo I. Entre los comerciantes y las personas que entran a sus establecimientos.
xxxviii. [...] Los prolongados y fastidiosos regateos indican siempre un carácter vulgar y mezquino. El proponer a un comerciante un precio notablemente menor del que ha pedido, es un acto ofensivo a su dignidad y buena fe, de que no dan jamás ejemplo las personas de buena educación.
¿Será tan así?
Esto me recuerda una experiencia vivida en México D.F., en la zona donde están las pirámides del Sol y de la Luna.
Hay allí a cada paso indios que venden artesanías, a un precio que puede ser cualquiera, y si a usted no le gusta regatear... (a mí, tampoco, pero…).
Algunos son muy simpáticos y convincentes, como este de la foto:
-
Y con su labia agraciada nos imponía del justo precio:
–Para vos, doscientos. Para el yankee… ¡cuatrocientos!
Me pregunto qué hubiera opinado Dn. Manuel Antonio.
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