sábado, 11 de octubre de 2008

(MEX) Prohibido regatear

Si usted es un caballero, o una dama, o pretende llegar a serlo, o al menos pretende que otros crean que lo es, no puede dejar de conocer, aprender y practicar estos consejos tomados del Manual de Urbanidad de Manuel Antonio Carreño (un clásico del tema, aparecido en 1854).

El libro es para darse una panzada de civilidad y buenas maneras.
(Perdón: “panzada” téngase por no escrita, acabo de darme cuenta de que es una palabra indelicada).

En esta lección aprendemos por qué no está permitido regatear.

Capítulo VI. Diferentes aplicaciones de la urbanidad.
Artículo I. Entre los comerciantes y las personas que entran a sus establecimientos.

xxxviii. [...] Los prolongados y fastidiosos regateos indican siempre un carácter vulgar y mezquino. El proponer a un comerciante un precio notablemente menor del que ha pedido, es un acto ofensivo a su dignidad y buena fe, de que no dan jamás ejemplo las personas de buena educación.

¿Será tan así?
Esto me recuerda una experiencia vivida en México D.F., en la zona donde están las pirámides del Sol y de la Luna.

Hay allí a cada paso indios que venden artesanías, a un precio que puede ser cualquiera, y si a usted no le gusta regatear... (a mí, tampoco, pero…).
Algunos son muy simpáticos y convincentes, como este de la foto:
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Vendía pequeños objetos de piedra tallada, que eran tan artesanales como yo soy jarrón de porcelana y hasta tenían una etiqueta de fábrica que decía “Hecho en México”, pero que él aseguraba que hacía con sus propias manos, que mostraba orgulloso para que viéramos cuán ajadas estaban (como las de un pianista, digamos).

Y con su labia agraciada nos imponía del justo precio:

–Para vos, doscientos. Para el yankee… ¡cuatrocientos!

Me pregunto qué hubiera opinado Dn. Manuel Antonio.

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