Las ciudades se llenan de cosas alusivas a esa fiesta: pequeños stickers –adheridos a las vidrieras– e imágenes –que pueden ser de cartón– de calaveras, de esqueletos, siempre en actitudes sonrientes/graciosas, y diversos alimentos típicos, como panes de muerto, chocolates con forma de “muertitos”, de calaveras, de ataúdes...
Según la creencia popular, ese día los muertos queridos vuelven a visitar a sus familiares, que los esperan y agasajan armándoles altares de muertos.
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Un camino de flores y velas suele conducir al altar, que casi siempre tiene una foto del finado, calaveras de azúcar y diversas ofrendas, de flores, de panes con forma de “muertitos”, y cualquier otra cosa que en vida del agasajado hubiera sido de su agrado.
Los altares de muertos son, pues, muy coloridos y vistosos, alegres, y llama la atención el sincretismo de esta tradición local y la católica, pues dentro de las iglesias suelen verse estos altares, que nada tienen que ver con el cristianismo.
Fotografié –como pude, pues había un reja que impedía acercarse– este altar de muertos que estaba armado dentro de una iglesia en Guadalajara (nótese que las imágenes cristianas fueron cubiertas), y que me hizo mucha gracia pues entre las ofrendas para el finado, que era un cura –estaba la foto– había, por ejemplo, una Biblia...
pero había también una botella de vino.
Así que me quedó claro que al santo varón le gustaba escabiar y los fieles, por querer agasajarlo, lo deschavaron.
Finalmente, es costumbre que en esa fecha se publiquen “calaveras” –por ejemplo, en medios gráficos– y que la gente se las obsequie entre sí.
Pero las “calaveras” a las que me refiero son versos, por lo general rimados, supuestamente escritos por la Muerte, para burlarse de alguien o simplemente como broma, con ánimo festivo.
Así, nuestra anfitriona en Guadalaja nos obsequió “calaveras”, pero para mayor lucimiento de su autora las publico en nota aparte.
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