DECÍAMOS AYER...
que Leonardo tuvo que huir de la taberna “Los Tres Caracoles” para salvarse de la furia de los parroquianos, gente ignorante que no podía aceptar sus gustos refinados.
Pero no vayan a creer que se dio por vencido: nada de eso. En 1478 esa taberna resultó destruida por un incendio –consecuencia de una riña entre bandas rivales de Florencia– y Leonardo aprovechó la ocasión: en el mismo sitio y asociado con su amigo Botticcelli, abrió un nuevo restaurante, “La Enseña de las Tres Ranas de Sandro y Leonardo”, donde continuó dando rienda suelta a su creatividad.
Pero sus nuevos clientes, que eran los elegantes de Florencia, tampoco se sintieron complacidos por los platos que les preparaba Leonardo y finalmente tuvo que admitir su fracaso.
Durante los tres años siguientes no consiguió trabajo en ninguna taberna –temían los efectos desastrosos de sus extrañas recetas–, así que se dedicó a dibujar, tocar el laúd e inventar nudos, sentado en las calles de Florencia.
Sin embargo, se entusiasmó con el diseño de unos arietes y unas escaleras de asalto, para colaborar en la guerra que por entonces sostenía Lorenzo de Médici –el gobernador de Florencia– con el papa.
Siempre original, le envió al gobernador los modelos de sus inventos hechos en mazapán; pero Lorenzo no entendió bien la idea, y, creyendo tal vez que se trataba de pasteles, convidó con ellos a sus invitados.
Eso fue demasiado para el genial maestro, así que decidió abandonar Florencia.
Pero no vayan a creer que se dio por vencido: nada de eso. En 1478 esa taberna resultó destruida por un incendio –consecuencia de una riña entre bandas rivales de Florencia– y Leonardo aprovechó la ocasión: en el mismo sitio y asociado con su amigo Botticcelli, abrió un nuevo restaurante, “La Enseña de las Tres Ranas de Sandro y Leonardo”, donde continuó dando rienda suelta a su creatividad.
Pero sus nuevos clientes, que eran los elegantes de Florencia, tampoco se sintieron complacidos por los platos que les preparaba Leonardo y finalmente tuvo que admitir su fracaso.
Durante los tres años siguientes no consiguió trabajo en ninguna taberna –temían los efectos desastrosos de sus extrañas recetas–, así que se dedicó a dibujar, tocar el laúd e inventar nudos, sentado en las calles de Florencia.
Sin embargo, se entusiasmó con el diseño de unos arietes y unas escaleras de asalto, para colaborar en la guerra que por entonces sostenía Lorenzo de Médici –el gobernador de Florencia– con el papa.
Siempre original, le envió al gobernador los modelos de sus inventos hechos en mazapán; pero Lorenzo no entendió bien la idea, y, creyendo tal vez que se trataba de pasteles, convidó con ellos a sus invitados.
Eso fue demasiado para el genial maestro, así que decidió abandonar Florencia.
Enterado Lorenzo, le dio una carta de presentación para Ludovico Sforza, el Moro, gobernador de Milán, pero en ella solo lo recomendaba como eximio tañedor de laúd. De manera que Leonardo escribió él mismo su currículum vitae, como sigue:
“No tengo par en la fabricación de puentes, fortificaciones, catapultas y otros muchos dispositivos secretos que no me atrevo a confiar en este papel. Mis pinturas y esculturas pueden compararse ventajosamente a las de cualquier artista. Soy maestro en contar acertijos y atar nudos. Y hago pasteles que no tienen igual.”
Ludovico se interesó por el extraño personaje y lo mandó llamar. Finalizada la audiencia, lo nombró consejero de fortificaciones y maestro de festejos y banquetes de la corte de los Sforza.
Leonardo debió de sentirse feliz; pero al principio, Ludovico solo utilizaba las dotes histriónicas de su protegido y se desinteresaba por sus inventos, así que éste comenzó a construir maquetas de sus proyectos, pero en esa ocasión hechas con azúcar y gelatina.
Corrieron la misma suerte que las de mazapán: Ludovico, hombre sensual que gustaba de los placeres de la mesa, se las comía.
Hasta que por fin se le presentó una oportunidad de lucirse como maestro de banquetes: con motivo de la boda de una sobrina de los Sforza, Leonardo le propuso a Ludovico el menú que debería servirse, en una fuente, a cada comensal. Era así:
Una anchoa enrollada descansando sobre una rebanada de nabo tallada a semejanza de una rana
Otra anchoa enroscada alrededor de un brote de col
Una zanahoria, bellamente tallada
El corazón de una alcachofa
Dos mitades de pepinillo sobre una hoja de lechuga
La pechuga de una curruca
El huevo de un avefría
Los testículos de un cordero con crema fría
La pata de una rana sobre una hoja de diente de león
La pezuña de una oveja hervida, deshuesada
Ludovico, que no debía de salir de su asombro, le explicó a Leonardo que esa no era la clase de banquete que ofrecían los Sforza y que sus invitados no iban a estar dispuestos a probarlo. Finalmente, le encargó lo siguiente:
600 salchichas de sesos de cerdo de Bolonia
300 zamponi (pata de cerdo rellenas) de Módena
1.200 pasteles redondos de Ferrara
200 terneras, capones y gansos
60 pavos reales, cisnes y garzas reales
Mazapán de Siena
Queso de Gorgonzalo que ha de llevar el sello de la Cofradía de Maestros Queseros
La carne picada de Monza
2.000 ostras de Venecia
Macarrones de Génova
Esturión en bastante cantidad
Trufas
Puré de nabos
En adelante, así serían los menús para los banquetes que Leonardo debió organizar... Pero ningún genio puede con su genio, y para la boda del mismísimo Ludovico con Beatrice d’Este, tuvo una idea desopilante.
Pero esa se las contaré otro día.
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