El 28 de diciembre de 1894 el Hipódromo Nacional fue escenario de un duelo a muerte entre Lucio Vicente López y el coronel Carlos Sarmiento.
Lucio V. López era historiador, escritor –autor de La Gran Aldea–, abogado, y hacia 1890 comenzó a actuar en política. En 1893 llegó a ser interventor de la provincia de Buenos Aires, y ese fue el comienzo de su fin.
Había llegado a su conocimiento una denuncia por ventas indebidas de tierras en Chacabuco, y López le encargó a su ministro de Obras Públicas que investigara.
Las tierras habían sido vendidas al coronel Carlos Sarmiento.
López declaró nula la venta y los vecinos de Chacabuco aplaudieron. Luego promovió una acción criminal contra Sarmiento.
Sarmiento reaccionó en forma violenta: insultó al interventor en una carta publicada por “La Prensa” el 27/12/94 y antes de la firma estampó: “PROCEDA”.
López “procedió”: lo retó a duelo con pistolas, a doce pasos; y el lance tuvo lugar al día siguiente en el Hipódromo Nacional. Cuando los padrinos dieron la orden, los duelistas hicieron fuego. Las dos primeras balas se perdieron, pero el duelo era a muerte y volvieron a disparar. López resultó gravemente herido y murió al día siguiente. Tenía 46 años.
Puesto que los duelos estaban prohibidos, se ordenó la prisión del coronel Sarmiento y de los padrinos, pero no se pudo concretar la medida, porque ninguno de los ñatos estaba en su domicilio cuando los fueron a buscar (!). Y en poco tiempo Sarmiento fue absuelto del proceso iniciado en su contra, pues el duelo lo eximía de las responsabilidades determinadas en el Código Penal.
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Esos fueron los hechos, cuya relación descubrió el Alacrán en la revista “Buenos Aires nos cuenta”, mientras buscaba datos acerca de los hipódromos.
Esta editora i responsable leyó la crónica y se sintió sorprendida por el motivo del duelo, que mirado desde nuestro presente parece nimio... (dice “parece”), y se quedó encantada con la pintoresca historia (más allá de si la costumbre de batirse a duelo es aceptable o no), que muestra que solo los hombres de antes (y a veces también las mujeres) eran capaces de jugar a matarse por defender lo que entendían era su honor.
¡Esos eran hombres, qué embromar! A los flojitos de ahora no se les ocurre ni siquiera un duelo de esgrima a primera sangre, no vaya a ser que el rasponcito se les infecte...
Una verdadera lástima, con lo colorido que podría llegar a ser.
Pero la verdad es que la i responsable se sorprendió porque esperaba encontrar que los fulanos se hubieran batido por una mina, como Martín Fierro con el moreno, por ejemplo, o como el Ciruja del tango; porque ella aprendió con el gran Francisco Quevedo que el honor siempre anduvo cerca del culo de las mujeres, ¡y mire usté qué entendían por honor estos paparulos!
Comentarios de los lectores
Ríspidas opiniones, a saber:
Recuerdo con Cicerón que la fuerza es el derecho de las bestias. Estos seres con olor a alcanfor, naftalina y permanganato –en inmundo cóctel– me producen una encontrada sensación de lástima y de risa... algo así como los malos payasos de los circos de carpas agujereadas. La nota es buena... se cuida de caer en la apología del delito que el duelo implica. Mis respetos,
El Alacrán.
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Excelente. Son datos totalmente veraces, pese a lo plomizo, me recuerda el tema del duelo que tuve que exponer (lo elegí) en la clase de Dn. Pancho La Plaza, en Penal II.
Espero, si algún día me bato a duelo por amores contrariados u otro tipo de ofensa, contar con el padrinazgo del Alacrán, hombre leguleyo muy versado en estos menesteres.
El Gran Maestre.
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COMO SABEMOS, HAY HOMBRES QUE SE DEBEN A SU PÚBLICO.
AQUÍ EL VENENOSO ALACRÁN DA MUESTRA DE LA FIRMEZA DE SUS CONVICCIONES. (Nota de la E. i R.).
Estimada editora i responsable:
Como artículo de previo y especial pronunciamiento solicito que el Gran Maestre de todas las Historias tenga a bien aclarar en qué menesteres considera versado a este hombre leguleyo, ya que no queda claro si es en el tema duelos o bien en el de los amores contrariados u otro tipo de ofensa.
Se aclara asimismo que el sustantivo hombre se acepta sin ambages (al menos por el momento); peticionando humildemente el infra, en lo que hace al vocablo leguleyo, que tenga a bien el ínclito Gran Maestro requirente del padrinazgo decir en qué acepción del Diccionario de la DRAE lo utiliza.
No obstante ello me apresuro a aceptar incondicionalmente tal función en lo que hace a asistirlo en un duelo, en cualquiera de sus formas que no signifiquen quedar incurso como partícipe necesario de un delito, ya que con esa ingeniosa prórroga de jurisdicción ficta [se refiere a labrar el acta del duelo ficticiamente en el Uruguay, pues el Código Penal uruguayo no lo contemplaba como delito] no creo que podamos zafar.
Claro es que ello podría salvarse celebrando el lance en el Centenario de Montevideo, y por qué no en Maroñas, donde este discutidor empedernido asistiría gustoso, estimando que todos los demás participantes, incluyéndolo al aguatero, serán gentecomouno a quienes bien les calzaría, por su prosapia y linaje, prorrogar la estancia de los que queden vivos unos días en Punta del Este, esa ciudad tan fea que queda del otro lado del Río de la Plata, justito enfrente de nuestra paradisíaca San Clemente.
Advierto bajo pena de ergástulo a concretar en la Barra de Maldonado, o si se prefiere en José Ignacio, que queda totalmente prohibido tomar esto como una vulgar ilécebra ( sí: "ilécebra", castellano puro, nada de lunfardismos ni otras vulgaridades que andan sueltas), tanto en lo que hace a las calidades personales de los participantes, como a las bondades del paisaje esteño y clementino.
He dicho,
Yo, El Alacrán.
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PARECE QUE EL ALACRÁN SE SINTIÓ TOCADO...
Por supuesto que me debo a mi público... en tanto y en cuanto me paguen los honorarios. Soy hombre de no arrobarme por edulcoradas ilécebras, ni por malintencionadas diatribas. He dicho yo, entre palangana y palangana de permanganato.
El Alacrán.
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Recuerdo al Alacrán que antes de la penicilina (nosotros no habíamos nacido) a las enfermedades ocultas y vergonzantes (chinches, blenorragias, gonorreas, etc.) se las trataba con permanganato. Me acuerdo cuando mi abuelo materno, en las charlas con sus amigos -que a veces oía de contrabando-, se refería a las "chinches mal curadas", que producían locura o algo parecido.
El Gran Maestre
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¡Correcto Gran Maestro! Por eso agregué al alcanfor y a la naftalina que en todo se utilizaban para otros menesteres... ¡Esas eran épocas!
Un abrazo,
El Alacrán
sábado, 23 de febrero de 2008
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